Crónica del Año 15 de la Era Buzzerbeatiana – 9ª semana
Había pasado casi una semana y en toda la ciudad de Roma todavía se hablaba del gran espectáculo que hispanos y galos habían ofrecido a los espectadores en el Coliseum. Sin duda todos coincidían en que había sido lo mejor que se había ofrecido en la arena durante todo el Torneo. A la segunda parte del Torneo habían llegado los mejores y los más fuertes y en las gradas se esperaban grandes espectáculos para regocijo de los romanos. Y desde luego, ese combate había sido épico, de la épica de las grandes historias que pasan a los libros de leyendas de como dos grandes rivales lucharon hasta la extenuación, lucharon hasta que no quedaban fuerzas, lucharon hasta que uno de ellos pudo levantar el brazo como signo de victoria mientras que el otro se retiraba con la cabeza alta tras haberlo dado todo en la arena. Al grito de victoria que salio de la garganta de del líder de los hispanos, se le unió el grito mezcla de júbilo y de la adrenalina acumulada, de sus hombres, al que siguió el grito acompasado del público que repetía: “Hispanos, hispanos, hispanos”. Los bravos triunfadores celebraban con satisfacción este importante y duro triunfo. Las miradas bélicas y desafiantes de antes y durante el combate entre todos los combatientes se convirtieron, una vez terminado, en miradas mutuas de respeto y admiración por el combate ofrecido en la arena.
Ya al salir de la zona de combate y mientras todos sus hombres celebraban la victoria, sobre todo por lo sufrida y trabajada que había sido, Lizaranzu abandonó las instancias en las que estaban sus compañeros sin que se percatara nadie y se acercó hasta la zona donde los galos intentaban recuperar, no sólo las fuerzas, sino también los ánimos después de la derrota sufrida. Al ver que se acercaba, salió a su encuentro Morel, el líder galo. Liza le tendió la mano mientras le decía: “Habéis demostrado que los galos sois un pueblo valiente y noble. Ha sido un placer luchar contra vosotros.”. “No te preocupes, hispano”, le contestó Morel le dijo sonriendo, “espero que no haya sido nuestro último enfrentamiento en este torneo.”
A los pocos días, los hispanos ya se habían olvidado la victoria contra los galos, y ya se encontraban enfrascados en preparar el siguiente combate que era, ni más ni menos, frente a los todopoderosos luchadores locales: los legionarios romanos, encabezados por sus tres gigantes: Turbato, Sinibaldi y Fanesi. Los romanos, además de ser unos virtuosos combatientes, tenían el apoyo del público, pero un rumor había llegado hasta el Coliseum. Los ecos del último combate de los hispanos habían llegado hasta palacio y hasta el propio emperador no se quería perder lo que todo el mundo esperaba que fuese el combate de los combates. Pero eso, lejos de amilanarlos, suponía un grado más de motivación. Los habían visto combatir y, la verdad es que no habían dado muestras de ningún tipo de debilidad ni de flaqueza, ni nada claro para poder organizar una estrategia para derrotarles. Pero los hispanos no conocen el término resignación. Los hispanos iban a salir a la arena a demostrar que ellos si podían derrotarlos. No entendían otra forma de salir a luchar. Y más de uno quería disfrutar de la cara del emperador viendo como sus leales y disciplinados soldados mordían el polvo ante los irreverentes y muchas veces anárquicos hispanos.
Y entre entreno y entreno por fin había llegado el momento. Minutos antes y mientras todos se preparaban para saltar a la arena, el líder del grupo tomó la palabra: “Compañeros, una vez más toca salir a pelear. Cuando estemos ahí fuera recordad tan sólo quienes somos. Somos los hispanos y eso no nos lo puede quitar nadie. Luchemos hasta la victoria. FUERZA Y HONOR.”
Un sentimiento, unos colores, una pasión: CHORIMA BASKET