Temporada 23 de BB - Europeo de Portugal - 12º partido: Italia
La expectación era máxima. Las dos delegaciones que más seguidores tenían, iban a verse las caras. Por un lado los “dragones verdes”, los portugueses que evidentemente tenían a la mayor parte del público a su favor al celebrarse el Torneo en tierras lusas. Por otro lado los “guerreros del león”, que dada proximidad geográfica contaban con un buen número de españoles que se habían acercado a ver el espectáculo. Si cada combate movilizaba la villa, este desde luego casi se podía decir que había movilizado a los dos reinos. Ya con los guerreros en el campo, Proiencus miró a sus hombres de confianza. En todos había una mirada de seguridad. Se estaba convencido que se podían hacer las cosas bien, pero casi desde el mismo momento en que las trompetas anunciaban el inicio del esperado choque, las sensaciones empezaron a no ser buenas en el bando español. Se veía a unos portugueses motivadísimos haciendo unos combates espectaculares y a los españoles agarrotados no desarrollando todo su potencial tanto defensivo como ofensivo. Y sobre todo se notaba en un hombre Armida que era una sombra del hombre determinante que muchas tardes había sido.
Poco a poco los lusos fueron imponiendo su poderío y acabaron llevándose un combate mucho más desequilibrado de lo que podía parecer. Al finalizar el desaliento en las filas españolas era manifiesto. No sólo por la derrota en si, sino por lo que podía suponer: quedarse casi a las puertas de la eliminación. Todavía había opciones, pocas, pero había que aferrarse a ellas y eso intentó decir a sus hombres el general Proiencus esa misma noche.
“Soldados, no quiero ver esas caras. Hoy, desde luego, no ha sido nuestro día. Pero tenemos una responsabilidad sobre nuestras espaldas. Representamos a nuestro rey y como tal estamos obligados a darlo todo cada jornada. Mientras podamos seguir pisando el campo de combate tienen que saber nuestros enemigos quienes somos, que sientan lo que pesa luchar contra nosotros. Hemos caido, si, pero sabemos levantarnos. Que toda Europa sepa de lo que somos capaces de hacer. Soldados, ¿hemos venido a luchar?”, grito el general.
“No general”, gritaron al unísono, “hemos venido a ganar”.
Esa misma noche, ya cuando todos se habían retirado a descansar, mientras el general leía un tratado sobre Alquimia que le habían regalado recientemente, alguien interrumpió su tranquildad.
“General, ¿puedo hablar con usted?”
“Adelante Armida”, contesto el general.
“Señor, hoy hemos perdido por mi culpa”.
“Bueno hombre. No le des más vueltas a la cabeza. En general no hemos tenido un buen día pero no tienes que echarte la culpa a ti sólo.”
“No general. No es que no haya tenido un buen día, es que no quise tener un buen día”.
“¿Cómo? ¿A qué te refieres?”.
“Como sabrá mi general, hace una semana recibí la visita de mi mujer y de mi hijo que se habían acercado para verme en acción. Esta mañana había quedado con ellos y en su lugar apareció un hombre diciendo que tenían a mi familia en su poder y que tenía que dejarme ganar tanto hoy como en el próximo combate frente a los italianos o los matarían. Y por supuesto no podía contar nada a nadie”, relató Armida.
“Tranquilo Armida. Es mejor que por ahora no cuentes nada de todo esto a nadie más. Ten por seguro que haremos todo lo posible para encontrarlos”, le prometió el general.
Al día siguiente, el general Proiencus reunió a sus ayudantes y les expuso el caso de Armida. La prioridad a partir de ese momento era clara: había que encontrar a su mujer y su hijo antes del combate ante Italia. No había tiempo y todo tenía que hacerse con discreción ya que la vida de ambos estaba en juego, pero la busqueda de alguna pista sobre su paradero el primer día resultó infructuosa. Ya cayendo la tarde el general recibió una inesperada visita. Se trataba del secretario del Duque de Bragança que lo citaba de urgencia en su palacio.
Last edited by litur at 6/1/2013 10:49:13 PM
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