Antes de nada lo prometido: la última entrega de la historia del general Proiencus en Portugal. Os dejo el enlace con la anterior entrega (hace ya dos semanas) - (242381.1). Espero que os haya gustado. Sobre las previas del Mundial ya preguntaré vuestra opinión la semana que viene."Tranquilo, todo está bajo control. El hombre que tus ayudantes capturaron va a acabar cantando. Te lo puedo asegurar. Pero lo más importante son los documentos que conseguisteis interceptar. Por fin empezamos a saber quienes están implicados en todo este entuerto. Y esto va a ser como un efecto dominó: en el momento que empiecen a hablar van a ir cayendo uno tras otro".
"Gracias Emilio por esta información, pero ¿no podrías ser más explicito?", preguntó el general Proiencus.
"Podría, pero es mejor que no sepais más. Confiad en el duque de Bragança y en mi, sobre todo porque hemos descubierto que hay nobles portugueses y españoles detrás de todo este complot", le contestó su buen amigo el duque de Cadiz. "Y a vosotros dos es muy probable que todo el reino os tenga que estar agradecidos", dijo dirigiéndose a Matxone y a Slevin.
"Gracias señor, pero nosotros tan sólo estábamos intentando ayudar a un compañero y amigo", contestó el bueno de Matxone.
Y es que la noche anterior tras una jornada de infructuosa búsqueda de la mujer y del hijo de Armida, secuestrados por unos desconocidos, se toparon con un robo por parte de un mozalbete, pero el hombre objeto del robo al ver a los dos españoles echó a correr en dirección contraria. Sin dudarlo Matxone fue tras el huido cabellero, mientras que Slevin persiguió al ladronzuelo. No lo tuvo facil el primero ya que cuando estaba a punto de cogerlo el huido sacó un cuchillo para defenderse. Pero su poca destreza con las armas fue suficiente para que Matxone lo reduciese en unos instantes. Más fácil lo tuvo Slevin que al ver que el muchacho corría mas que él, le gritó que le cambiaba la bolsa por dinero. El ladrón dudó unos instantes, pero al ver la bolsa que sonaba a dinero en la mano de su perseguidor y notar que no había mucho de valor dentro de la bolsa que llevaba accedió al trueque. Tan pronto como tuvo en su mano el dinero salió volando, sin que Slevin hiciese ademán de seguirle ya que tenía en su poder la bolsa que estaba buscando. Al abrirla pudo ver que había varias cartas, documentos y planos.
Ahora sólo quedaba averiguar el paradero de la familia de Armida y liberarla para que Armida pudiese luchar sin ningún tipo de coacción en el próximo combate contra los italianos. Pero no había tiempo. El combate era esa misma tarde. La derrota frente a los portugueses había dejado a los españoles casi sin opciones de ganar el gran Torneo, pero la rivalidad con los italianos era tan grande que era motivo suficiente para que ambas expediciones se tomaran esto como una auténtica final. Y si eso era poco en las gradas, en la zona reservada a las autoridades dos enemigos irreconciliables: el cardenal Doménico, la mano derecha del rey de Italia, y el rey de España que no quería perdese el gran combate.
Poco a poco se iba acercando la hora del combate y no había noticias de la familia de Armida. Todos sabían que si el gigante español peleaba en condiciones su mujer y su hijo morirían. Pero todos sabían que si salia al campo de batalla y se dejaba perder, como le habían pedido que hiciera, la victoria final estaría mucho más cerca del lado italiano.
"Tranquilo amigo", habló Bañales. "Todo se va a arreglar. Y no te preocupes si perdemos, lo importante es que tus seres queridos se salven".
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