“Venid aquí todos”, oyeron gritar a Slevin desde fuera. Al acercase pudieron ver a Quijano muerto en el suelo. Quijano era un perro vagabundo que los españoles habían adoptado y al que alimentaban habitualmente. Le habían puesto ese nombre en memoria de uno de los grandes soldados que habían servido a la corona. Tenía algo de espuma en la boca lo que indicaba que había muerto envenenado.
“Pues parece que tu teoría del veneno empieza a tener sentido”, comentó Flamen.
“Seguramente haya sido la carne”, dijo el general mirando el cuenco donde se echaba la comida del perro y donde se podían ver aún restos de carne.
“No creo general. La carne que se echó al perro fue de la comida de ayer. Yo mismo se la puse.”, indicó Slevin.
“Entonces que pudo ser, porque está claro que fue algo que el perro también comió ...”, indicó Drama.
“El vino”, interrumpió Litur.
“Por Dios, Litur. No creo que en vuestro estado sea recomendable andar bebiendo vino por mucha sed que tengais”, le recomendó Flamen.
“No. El vino ha sido lo que nos ha envenenado”, respondió Litur.
“Es cierto. El muy bruto de Castejón en el brindis final siempre le servía un poco de vino al perro. Decía que era uno más, como de la familia”, comentó Slevin.
“Puede ser. Desde luego tiene un sabor algo amargo. ¿Qué opináis vos general?”, preguntó Drama tras haber probado los restos de vino de una jarra de una mesa cercana.
“Es cierto. A este vino le han echado algún tipo de hierba.”, respondió el general Proiencus tras probarlo.
“Señor mire”, comentó Slevin apuntando a algo semiescondido cerca de donde el perro yacía sin vida. Se agachó y enseñó a todos un bolsa de cuero. Al abrirla vieron restos de una hierbas.
“Belladona. Menos mal que son la hojas y no los frutos y seguramente en poca cantidad, sino a estas alturas ya habría más de un muerto. Creo recordar que he traído unas hierbas que son un buen antídoto para este tipo de venenos”, comentó Proiencus mostrando sus conocimientos de Alquimia.
Tras haberse preparado el brebaje con el antídoto y repartirlo entre los enfermos el general Proiencus se acercó a hablar con Litur.
“Creo que queríais hablar conmigo”
“Gracias general. No se si recordáis la conversación que mantuvimos el otro día sobre el misterioso encuentro de Dagran”, el general asintió con la cabeza. “Señor, ¡la bolsa que vi que le entregaban era idéntica a la que encontramos hoy con la Belladona!”.
“Ya os dije, maese Litur, que el capitán Drama es un hombre de mi total confianza. No dudo de lo que visteis pero seguro que tiene una buena explicación”.
“¿Qué es lo que tiene una buena explicación?”, preguntó el propio Drama que entraba en la habitación de Litur para ver como iba evolucionando.
“Me comenta Litur que la semana pasada vio como os encontrabais al despuntar el día con un hombre en la plaza y este os daba una bolsa de cuero”.
“¿Quién yo? Si fuese hoy hubiera asegurado que el veneno os habría producido alucinaciones. Pero si lo que contáis decís que ocurrió hace una semana imagino que me habréis confundido”, comentó algo molesto Drama por la insinuación.
“Puede ser. No había mucha luz y estaba algo alejado. Perdonad si os ha molestado”, pero en el fondo a Litur no le había convencido ni mucho menos la respuesta.
“General, general”, se oyó gritar a Dagran. “Me acaba de llegar una información que creo que deberíais saber. Nuestros espías nos informan que está a punto de llegar el cardenal Doménico procedente de Roma”.
La cara del general Proiencus lo decía todo. El cardenal Doménico se había convertido en los últimos años en uno de los enemigos más acérrimos del rey de España.
“Algo gordo se está cociendo y no me gusta nada, no me gusta nada de nada”, murmuró Proiencus.
Continuará ...
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